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Foto del escritorMariana Escobar

Una Nueva Prosa Por Las Mismas Marcadas Espinas



Te autorizo a que me odies, por la torpeza de no haber sabido nivelar mi gran necesidad de hacerte ver la realidad, y el enorme deseo que tenía de no lastimar tus sentimientos. Sé que fracasé en el intento.


Te autorizo a que me culpes, por no haberte dejado marchar cuando quisiste hacerlo -aun cuando lo intentaste de la forma equivocada-, movida por el miedo de perder un amigo que me importaba en verdad. Debí dejar que siguieras tu sendero y no llorar porque te fueras de mi lado. A la larga, la desilusión tuya sería un reproche menos que cargar en mi espalda.


Te autorizo a que me reproches, por la esperanza egoísta y absurda de conservar tu cariño, pese a no poder corresponder tus sentimientos; por escudarme en las palabras con que me alentabas al respecto, sabiendo, en el fondo, que no eran verdad. Que no podían ser verdad. Fui tonta e ilusa, pero también fui egoísta, y siempre debí repetirme y repetirte hasta el cansancio, que eso nunca podría ser.


Te autorizo a que me desprecies, por la debilidad con que encaré tus sentimientos. Nunca supe dar aquel "no" con la voz suficientemente clara para hacer temblar los cimientos de tu fe, aunque bien sabes que lo pronuncié desde un principio. Pero tenía tanto miedo de que me pensaras cruel e indiferente al amor que me ofrecías, que terminé igualmente haciéndote daño. Aun cuando luché mil veces por evitarlo.


Te autorizo a que me olvides, aunque me duela nuevamente perder un amigo; aunque vuelva a enfrentarme a la culpa de lastimar a alguien que me quería ¡Dios te perdone a ti, por no escucharme cuando te dije que acabaría por hacerte daño! ¡Por desoír mis palabras cada vez que te supliqué que no te enamoraras de mí! ¡Por ignorarme cuando te pronostiqué que algún día me odiarías! ¡Por demostrarme tan pronto que siempre tuve la razón! Perdóname por el fracaso que traje a tu vida y por el amargo recuerdo que estoy sembrando en tu corazón. Si te sirve de consuelo, mi corazón también está en pedazos, pues que te vayas es un fracaso para mí.


No sufre menos el alma de quien no ama. Eso es una verdad que no te dirán las canciones de desamor, porque quien no puede amar no canta, y siempre llora en silencio su propia cruz.


Te autorizo a que me condenes, por no persistir en mis propósitos de alejarme de ti para que me olvidaras. De nuevo me ganó el miedo de decepcionarte y ser demasiado cruel. Debí serlo. Sí, más. Quizás tendrías hoy un dolor menos intenso; y yo, un error menos que echarme en cara.


Te autorizo, en fin, a que me rechaces y te alejes, por no haberme dado cuenta, desde tu primer reproche, que nada cambiaría. Que todo iría de mal en peor. Me hice ciega a las evidencias, a los sentimientos y al rencor que ya se anidaban en tu corazón; y aún hoy me pregunto, si en un nuevo intento tuyo por rectificar, sucumbiré a la conveniente mentira de que todo estará bien. Ódiame por ignorar aquella voz que me decía que siempre habrías de juzgarme -aunque buscaras mi perdón a cada ofensa-, y que me susurraba con cada sonrisa y cada palabra tuya, que ningún detalle haría que esta historia tuviese un buen final.


Pues no hay chocolates que endulcen la amargura de las ilusiones perdidas, ni pétalos de rosas que hagan menos dolorosas las espinas que ambos marcamos con este necesario adiós (sí, ambos). Y, aunque no me creas, esa es una cruz que acepté cargar sobre mis hombros, para ahorrarte a ti una cuota de dolor.

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