No podrías distinguir una tormenta, ni siquiera teniéndola en frente. Y me pregunto si eso es producto de una completa incapacidad de tu parte, o un triunfo de mi ironía. Digamos lo justo, el mérito es de ambos. Que yo hago mejor erupción cuando estoy a solas, y lo prefiero. Y tú siempre has preferido, por mera comodidad de tu egoísmo, dejarme siempre en soledad.
Creo que nunca me has entendido. No es extraño. Con suerte, te entenderás a ti mismo, y lo dudo. Soy un volcán de lava ardiente tratando de cubrir el corazón más frágil que existe; ese que te quise mostrar, hasta que la mano se me congeló extendida. Disfrazar los miedos de sarcasmos; el dolor con la rabia; la fragilidad con temeridad; todo ello es ya un arte en mí, y tú pareces disfrutarlo, lo cual celebro hasta que lastima. Todo una máscara absurda que solamente tú te crees, porque no te importa (vamos, que no soy tan buena). Maldita la cruz que llevo a cuestas, tratando de ser fuerte, cuando ya no me sale, cuando lo único que quiero es caerme y llorar. Porque cantar con la garganta cortada de un tajo suena bien y loable, hasta que los coágulos de sangre manchan la melodía, y entonces, ya no me sale cantar. Y no quiero, y no puedo. Pero tú aplaudes, y toca seguir cantando, hasta que, como hoy, no puedo más.
Soy un artístico desastre, auténtico hasta la farsa, y tú un farsante que vuelve siempre por otra función. Un espectáculo que atrae, como lo hacen las bellas ruinas, sin que nadie se pregunte cuál es la historia detrás de las losas quemadas. Aunque, al final, todos se vayan, porque nada puede durar en unas piedras vacías. Tan de piedra como tú. Por eso he decidido esconderme en mi templo, cada vez más huraño y cada vez más secreto, donde ningún profanador, ni turista, ni amigo pueda jamás encontrarme. Capa sobre capa. Velo sobre velo. Y aquí me encierro, cansada de estar sola, pero sintiendo que no tengo más alternativa; es que cuando salgo, atraída por la luz de alguien con tu alma, me doy cuenta que nada en el mundo ha cambiado, y que todos son simples destellos. Pero cuando lo veo, ya es tarde; y a mis capas y mis velos, le debo añadir, entonces, una ruina sobre ruina.
Que hay amores que arden, pero no iluminan. Y amores que pueden iluminar, pero no arden. Les basta con prender la luz para verte a ti arder.
Mejor te miro a lo lejos, por lo menos hasta que tome el valor de dejar de mirarte. Y me aleje. Sí, también como tú. Y ya no me importe que puedas adentrarte en mi tormenta, sin necesitar si quiera un paraguas, que pasa por tu vida como brisa de mar. Cuando ya mis tempestades no tengan el color de tu voz, ya que nunca tuvieron el color de tus ojos. Eso sí, el espectáculo debe continuar, pues tengo alma de artista, y por ello sólo me resta pedirte un favor. Ya que audaz e irresponsablemente elegiste enamorar a mi musa, aunque despreciando su corazón, por lo menos sigue inspirando sus versos, para que pueda seguir la función.
Basta con que le sonrías de vez en cuando y acaricies su lira, como lo hacías conmigo, aunque sea un rato, para que ella siga tocando su canción... Prometo que, cuando lo haga, estará exorcizada, curada de ti, y vacía de alma.
Sí, adivinaste... Tan vacía como tú.
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