« Oh dulces prendas por mí mal halladas» ...
Ella no entendió.
«Es un verso del abuelo de mi tatarabuela», le explicó él. [...] Algo se movió en el corazón de Sierva María, pues quiso oír el verso de nuevo [...] Él lo repitió y cuando terminó, [...] tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta. «Siempre estoy así», dijo él, y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serlo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidez y el calor con que recitaba, hasta que tuvo la impresión de que Sierva María se había dormido. Pero estaba despierta, fijos en él sus ojos de cierva azorada. Apenas se atrevió a preguntar: «¿ Y ahora?»
«Ahora nada», dijo él. «Me basta con que lo sepas» [...]
El pánico había sido reemplazado por la zozobra del corazón. Delaura no tenía sosiego [...] Llegaba jadeando a la celda [...] y ella lo esperaba con tal ansiedad que la sola sonrisa de él le devolvía el aliento. Una noche fue ella quien tomó la iniciativa con los versos que aprendía de tanto oírlos. « Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por donde me has traído», recitó, y preguntó con picardía: «¿Cómo sigue?»
« Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme», dijo él...
Del Amor Y Otros Demonios
Gabriel García Márquez
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