Abro los ojos nuevamente. No ha sido una pesadilla. Los fríos barrotes que impiden con intermitencia el paso de la luz, me dicen que hay más que sombras oscuras conteniendo mi libertad. Como una cruel ironía, estoy cerca de una ventana; y el esplendor del día, en contraste con mi miseria, me da ganas de llorar.
A decir verdad, he perdido la cuenta de los días; sin embargo, mi ritual en la mañana, es siempre el mismo. Gritar como una loca desde mi jaula, pidiendo auxilio, hasta que me duele la garganta. Todos los días, a la misma hora, con el mismo resultado: el silencio. Y entonces, lo veo. Su odiosa cara mirándome con amor por entre los barrotes, como si disfrutara el oírme gritar. Como si, al verlo, no le estuviese escupiendo en la cara mi desprecio, o lo hiciera en un idioma que él no pudiese entender. El muy maldito. Es inútil insistir, lo sé, pero lo sigo haciendo, por terquedad; quizás porque una parte de mí siente que este grito nunca escuchado, nunca percibido, es el último resquicio de libertad que él no puede arrebatarme, y al que me aferro desesperada para no enloquecer.
No puedo decir que sea malo conmigo, pero eso es, quizás, lo que le hace más aborrecible. Sus palabras son siempre dulces para mí, cuida de mis necesidades y nunca me ha lastimado. Incluso me ha curado con paciencia, cuando me he herido a mí misma, queriendo acabar con este sufrimiento. Y por eso lo odio. ¿No puede entender que ha hecho miserable mi existencia? ¿Que por su culpa ya no quiero vivir? ¿Por qué me tiene aquí? ¿Qué quiere de mí? Lo siento… Me he alterado. Pero es que cada día que pasa, me siento más cerca de la locura; y ya no sé qué más hacer para escapar.
Hoy he vuelto a mirar la ventana que adorna mi celda, y a escuchar aquellos que son tan felices, como una vez lo fui yo. Pero tengo un plan que podría librarme para siempre del sufrimiento al que me ha condenado. Tal vez ha evitado hasta ahora que me mate, pero estoy segura que no podrá evitar que me deje morir. Así tenga que hacerlo lentamente y mi agonía sea horrible, sabré soportarlo, para ser libre otra vez… El hombre se acercó a la jaula, como todos los días. Esta vez, su expresión era de preocupación.
-Mujer, ¿Has visto que el ave se ha puesto cada vez más débil? ¿Qué le pasará?
Creo que es una hermosa reflexión, María, y es verdad. Nos aman, o amamos; pero si no se hace correctamente, sólo habrá desprecio y dolor. Gracias por tus hermosas palabras. Un gusto tenerte por aquí. Un abrazo fuerte 🌷🌷🌷🌷🌷🌷
Que suerte el regalito de este precioso relato, adoro tu versatilidad a la hora de escribirme ha gustado mucho la manera de contarlo y como a pesar del supuesto cariño que le tenían sus carceleros, se ve claramente el desprecio que siente quien nació para ser libre. Amamos, si, pero de la manera adecuada? Un abrazo, y gusto leerte